En uno de los fascinantes mundos que anidan el infinito temblor de Metafantasía existe un planeta inesperadamente asombroso: Tierra Naciente.
Es allí donde me encuentro ahora.
En él ocurren fenómenos imperceptibles para sus personajes aunque su cautivador microcosmos intenta constantemente quebrantar el hilo de la narración para hacernos ver que coexiste con las vidas de aquellos que atraen todo el protagonismo, los personajes.
Pero también espesan el hábitat de Tierra Naciente otros seres, titánicos, portadores a su vez de una valija de vida inconmensurable, que a su evidente paso hacen enmudecer a los protagonistas para declamar su presencia entre el argumento. Es el caso del Mirtán, una bestia colosal que habita el Océano Errante.
Por favor, a los que estáis allá afuera, ayudadme a sujetar todo este estallido de vida con la impronta de vuestra memoria (yo sola no puedo):
“Oslan divisó una silueta muy lejana que iba acercándose a ellas. A medida que se aproximaba Morna advirtió que su tamaño debía ser descomunal y cuando estuvo a pocos kilómetros de ellas comenzó a entrever que se trataba de un enorme trozo de roca reventado de algas largas y rizadas, listadas en toda la gama de verdes; arbustos de copa trapezoidal coloreada con la paleta de color de las turmalinas, trinchada en una corteza sinuosa con brotes de musgo púrpura y escarchada de hongos opalescentes; arboledas apretadas en cónclaves arbóreos disputándose un terroso suelo parecido al terrestre y henchidas de hojas traslúcidas y de frutos con formas estrelladas salpicadas de estrías alternas en color añil y fuego; espirales rojas en rocallas negras que se deshacían y volvían a enrollar su solitario músculo; ermitaños en forma de robustos cúmulos moleculares de los que emergían ligeras pestañas violetas formando abanicos; seres rodantes que iban recorriendo la abrupta y moviente corteza marina como ruedas desprendidas de sus vehículos en cuya membrana circular parecían anidar fragmentos de cristales de colores que iban cambiando de posición con el giro como si fueran caleidoscopios vivos; alambres verdosos que salían despedidos de pequeñas grietas que ajaban guijarros mórbidos para desplegar una membrana circular simulando sombrillas deformes; ampollas de aire que se inflaban en arrecifes coralinos necrosados de conchas cuadriculadas que al reventar esparcían millones de partículas vivas; todo ello coronado por miles de bancos de peces cuneiformes, triangulares, afilados, algunos con siluetas que recordaban a mamíferos terrestres al nadar blandiendo cuatro extremidades en forma de patas; criaturas solitarias provistas de una espina dorsal en forma de gancho para ensamblarse a los tallos marinos; cardúmenes llameantes que divertían el tiempo sumergido;… Un maravilloso fragmento de fondo marino que parecía haber sido arrancado para ser una carroza que mostrara por todo el Océano las exhuberancias que inhalaban sus aguas”.
A los que estáis allá afuera by Gabriela Amorós Seller is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
¿Hay una segunda parte del relato "La décima columna? Porque me he quedado con ganas de más.(Pongo aquí el comentario porque no me deja en el otro).
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