“La fantasía es una actividad connatural al hombre. Claro está que ni destruye ni ofende a la razón. Y tampoco inhibe nuestra búsqueda ni empaña nuestra percepción de las verdades científicas; al contrario, cuando más aguda y más clara sea la razón, más cerca se encontrará de la fantasía”. J.R.R. Tolkien.
…
La Elvia de Agua representaba un símbolo de culto para los Cels. No era, ni mucho menos, un árbol sino más bien un geiser que la tierra se negaba a escupir intentando obstruir, sin éxito, la brecha de su nirvana. La oquedad que le daba rienda suelta a sus aguas era constantemente ahogada por maleza extraña y ajena a la botánica propia de los bosques pues sólo crecía alrededor de aquella fisura llovediza cuyo pálpito acuoso le negaba la sed que toda fractura requiere para su cicatrización. Lo verdaderamente insólito era que el caño de agua que manaba hacia arriba se dividía en su punto justo de altura para formar una suerte de fuego de artificio que imitaba, con un rigor absoluto, el contorno de una Elvia, el árbol típico que poblaba el Bosque de Bren. De los extremos que perfilaban la copa caía a raudales el líquido sobrante hacia la tierra que bebía, inmediatamente y sin dar tiempo a la formación de charca alguna, el remanente. El efecto visual de semejante fenómeno natural, era el de un árbol fantasmagóricamente helado que supuraba su cristalina esencia chorreando hacia afuera para derrochar su silueta.
La íntima creencia de que las fuerzas de la naturaleza de Tierra Naciente tenían una conciencia propia, no sólo cognoscitiva del entorno sino una imperiosa voluntad de intentar parecer lo que no eran, vino a la mente del cels. Si hubiera conocido Mauran el proceder alevoso de los Cóculos todas sus divagaciones hubieran cimentado su teoría en algo palpable y manifiesto para ser irrefutables.
Para el pueblo cels la Elvia de Agua constituía el símbolo de la alianza entre la tierra y el agua como binomio totalitario, de modo que la creencia célsica explicaba que si este enhiesto manantial dejara de fluir, el Bosque de Bren moriría de desecamiento. En definitiva, la Elvia de Agua se consolidaba como un medidor del estado de buena salud del bosque. Pero el joven Cels, a diferencia del resto de sus congéneres, no era cultivador de mitos y tradiciones místicas. Mauran se afanaba por descubrir la verdadera causalidad de éste y todos aquellos procesos que se gestaban en el entramado natural que lo envolvía, aunque solía maravillarse fácilmente, y en absoluta soledad, de aquel cosmos del que formaba parte su indagadora existencia. Ese ensimismamiento cotidiano se lo podía permitir con inmediata soltura pues cada vez que advertía algún curioso fenómeno que atentara contra su curiosidad hacía un alto en el camino para observar la escena. Y es que Mauran, debido a su trabajo, disponía de un cómodo atajo para que su pensamiento y sus retinas formaran una indisoluble unidad en la que todo aquello que captaba con la vista fuera sincrónicamente desmenuzado por la analítica fascinación con la que convivía desde una edad muy temprana.
Hasta el momento, la sobriedad comunicativa que Mauran prodigaba entre los suyos era bien entendida por aquellos más cercanos a su círculo, pues conocían el ímpetu que coronaba sus silencios. Para el resto de Cels, Mauran era, más que una singularidad, una asombrosa incoherencia pues cuando el Cels tenía que negociar con los habitantes de otros bosques para sacar el mayor rédito posible, se convertía en un poderoso embajador del encanto característico de su raza, aunque él superaba con creces esta sistematizada habilidad de sus semejantes.
Una tarde oscura, uno de tantos regresos clonados se desvió de su rutinario devenir para ser especialmente infrecuente. Mauran bajó de su resabiado carro para tomar unas muestras de los tallos y flores que bebían del lodo que circundaba la grieta de la Elvia. Pero un suceso insólito en el agua que espesaba el interior del Árbol provocó que el cels paralizara su mano. Estaba a punto de arrancar una robusta planta de tallo abocardado y cetrino, coronada por un enjambre de flores con pétalos lánguidos, dorados y retorcidos hasta el punto de colgar como serpentinas trenzadas de las que por sus extremos pendían unas borlas pilosas cuyo hilado se abría y cerraba con un sincrónico vaivén. Escuchó Mauran un plañido e intentó afinar sus sentidos para poder consumar el encuentro de sus tímpanos con lo que parecía una voz quejumbrosa que provenía del agua. No era fácil aislar este bebido sollozo del gorjeo de la Elvia pero el cels era terco en su ímpetu explorador.
Cuando Mauran derritió las retinas para fundirlas en el bruñido del tronco cristalino y divisar algún fenómeno visual tras la cuajada de agua, atisbó una figura serosa en el interior de la Elvia que permanecía justo a la altura de sus ojos. Mauran no estaba en pie pues se hallaba todavía inclinado y con la mano apretada en el tallo de aquella flor. Pero cuando observó el fenómeno, sus dedos desdeñaron a la planta inmediatamente para ser sumergidos tras la cortina licuada de la Elvia. Al otro lado sintió la forma de otra mano, una insólita mano fría, metálica y esponjosa a la vez, que penetraba a través de su carne para acariciar todos los huesos de su cuerpo. Mauran no daba crédito a tales sensaciones tan increíbles como imposibles pero ese mismo era el confuso efecto, abstracto e incluso metafísico, que estaba viviendo toda su estructura ósea en esos instantes. Un estremecimiento convulsionó todo su ser y cayó entre el lecho de maleza perdiendo por completo los sentidos.
Al despertar estaba bajo sus sábanas de fibra vegetal, rendido a su habitación y redimido de cansancio y sueño. No podía distinguir con acierto lo acontecido, ni siquiera sabía si lo habría representado en uno de sus delirios nocturnos aunque le pareció muy real. Izó su cuerpo con el empuje del desplegado de una vela sobre un mar de tejidos y, precisamente, le vino a la boca un sabor de agua salobre. Se apresuró hasta el grifo más próximo y bajo el caño de madera verde se refregó la piel de su rostro; de paso, engulló agua a tragos mezclados con el aire reposado de la estancia. Al beber el líquido que tantas veces purificaba su clausura, el sabor marino, lejos de atenuarse, se volvió más intenso. Era imposible que estuviera sorbiendo agua de océano pero eso mismo le pareció a Mauran. No sabía que ese sabor salado acompañaría a sus papilas el resto de sus días.
Mauran y la Elvia de Agua by Gabriela Amorós Seller is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.