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sábado, 11 de junio de 2011

Mo Cuishle Blue






Efigie, ebúrnea, semental de escarcha, glaciar de ébano, friso verdadero. El azur de la flama es el cirro de tu arrojo. Corsaria de cristal amedallado. Enhebramos el eco del azor con las líneas de raso de tu espalda.


Turmalina rendida con esferas de plomo, ora pistilo de aluvión, ora gárgola boreal forzada al lodo. Intentamos excusar el mástil al naufragio, la parálisis del tiempo hizo desprender de plumas a los trópicos.
       

Último zafiro que el Círculo Polar le regaló a un otero, a aquel que paría flores de invierno. Conjugamos los tarsos de la vida con paso compartido para mediar primero que la brisa.

       
        El vértigo que la luz le oculta al rayo para agotar su rendimiento o su boato, aguja que a la calima sostuvo para ser su tallo o crin salina de Calypso. La razón de tu color fue un secuestro del céfiro a la órbita.

       
        Desplegabas tus perfiles de matriuska para inventar mi sueño, tu vigilia un versículo sin término ni génesis.


La tinta de unicornio se derrama con tu forma. Caldera cenicienta con trazas oceanía, orto de hielo majado en nardo, sudario mío, osario índigo fosilizas tus venas a mi muerte.


Escombro fratasado de utopías, cuanto humo de mi demolición rescataste. Fumo sombra.


Atasco de brillo del vello de la noche. Revivimos en el árbol milenario, aquel abeto que reencarna sus raíces, la pícea solitaria escandinava de la tundra nos oculta.


Mo cuishle blue, el secreto de tu esmalte lo supiste tú.






(La imagen es un carboncillo sobre papel que hice de mi dogo alemán azul, Sandra)








Mo Cuishle Blue by Gabriela Amorós Seller is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

domingo, 5 de junio de 2011

La Aguadora de las Aberraciones





      La nocturnidad fue dada para extasiar al imperio de los insurrectos, pero esta noche… esta noche he perdido mi escritura.
      La Emoción indomable lo es, lo sigue siendo aunque este trueno condenado a estrellarse dentro de un mismo cuerpo no confiera una vía de escape o la tregua del tecleo.

      Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.

      Cargo piedra como una esclava nubia y libertaria que instala el bloque sedicioso inversamente, para revolver la dignidad de la pirámide y tornarla en receptáculo. O tal vez sienta el peso como una madame de prostíbulo que transita con espejos los rincones de su propio patrocinio. Eso nunca se sabe, el primer acto es veritas y el segundo veritatis.

      Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.

      Imploro al espectro, al de aquel al que empotraron la ceguera como pretexto. Su hombre era un cuerpo de ciego que palpaba las calles de Buenos Aires, su fantasma la misión. Invoco, por tanto, al hacedor, al espectro:

      -Maestro, el rayo que no cesa… reniega de su toma a tierra y no consigo pulsaciones.

      -Ley del deseo no entiende de la elección de la descarga. Te voy a mostrar una senda, la que lleva a la Ciudad de los Inmortales. Allí hay escenarios que todavía no han sino descritos. No intentes buscar el sentido de lo que allí acontece… sólo necesitan un estómago que transporte líquidos. Has de partir tu rostro… ya sabes como. Toma, coge esto, sólo tienes que darles de beber.

      Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.

      El orto es un hombre hundiéndose en el tálamo. Transito con un trapecio de hueso preñado de agua. Desciendo por un lienzo resbaladizo que no consiente deshacer mi erguida postura. Desafío a la mórbida pendiente en pie, caminando. No voy a deslizarme sentada, la lógica onírica está presente ahora, la tela zurciría mis lumbares al tejido castigando el asentamiento sobre sutilezas.
     
      La bajante y su doloso lamido oprimen rodillas. Todo descenso acelera el ritmo a cambio de dolor. Allí está, la percibo… La Ciudad de los Inmortales…
Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.

      Una infame arquitectura arremete contra la razón: Peldaños sueltos descomponiendo a hachazos las fachadas. Racimos de cúpulas soldadas unas con las otras formando un coloso molecular descascarillado, trinchado en dólmenes escuálidos que a penas lo sostienen. A una fachada suelta en la loma la apuñala la columnata de algún templo ausente, irrumpe como dinosáurica espina dorsal regurgitada. Corredores que surgen desde intersecciones entre arcos de medio punto y ojivales superpuestos en mueca rumiante. Tumoración de arquivoltas escarbando el inmovilismo de un tímpano que yace como la losa del arquitecto que las creó concubinas. Pináculos desgajan gárgolas mitológicas, metralla justiciera de la fe… Aberraciones todas ellas que obligan a mirar.

      Si las ruinas transfieren desolación y naufragio, esta Ciudad injerta a la sangre una insólita locura… Un ojo comienza a recuperar el oído.

      Las líneas sensoriales asimiladas en el mundo de los mortales se deconstruyen: el advenimiento del verticalizonte.
Susurros corpóreos entran por los ojos clamando a mi paso con sonidos nunca antes percibidos.
       
      Ellos, los inmortales, asoman de entre la urbe inverosímil. Están sumergidos en moldes inhóspitos… duele mirarlos… No me detengo en descripciones ahora. Tiran de mis senos hacia un pórtico trabado a una fachada ventricular… se abre la fachada, la puerta no, sólo bosteza cerrada… no es posible…

        Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.

        El monte de Venus también es pellizcado para agrupar mi contorno a la escena interna. Tiemblo.
        Y allí donde la abominación de los mortales alcanza su cenit es donde se despereza la aberrante liturgia de los inmortales.
        Lo que vislumbro a partir de este instante es inabordable bajo los cimientos del discurso…

-Cierto, maestro, no se puede afrontar con cognición o fundamento, te comprendo y describo lo que mi pudor consienta.

Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.

La tiniebla se fragmenta y engulle filamentos de luz de dientes y uñas. Alargadas sombras fálicas se tornan vértigos de látigo que espolean ristras de lenguas que brotan de vulvas sin cuerpo. Unas ubres mortecinas se arrastran sobre pezones pastosos. Elevan una aureola que se abre y se cierra como el enfoque de una cámara fotográfica. Demandan líquido. Los riego.

Dedos son astillas que trillan a las nalgas y gemidos remueven vesículas de carne, la ingle o branquia serosa suda, labios que suplantan a la horca, gónadas penetran con violencia a lamentos vaginales, fauces atestadas de glandes espasmódicos,…los ojos de ellos, aviesos, miran sin estar apuntalados a los rostros, sonríen como antorchas siniestras… todo el mecanismo orgiástico se va acercando en bloque para tragar el caldo del ánfora que el creador me encomienda. Agitan engranajes, suplican cercanía de mi carne mortal. No deseo mirar… el creador lo sabía, solo él puede hacerlo.

Espolvoreo sobre volúmenes el líquido con párpados sensualmente entornados, como pirómano que irriga con bidón de gasolina… ansío cerillas y su fósforo…

Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.


Ahora sí,… elijo la descarga del rayo sobre el baile de los desperdicios…



















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La Aguadora de las Aberraciones by Gabriela Amorós Seller is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

sábado, 4 de junio de 2011

Vértigo ( Poema dedicado de Rossana Arellano G. )


                    

VERTIGO (Dedicado a Gabriela Amorós)                 


Hablas y se levantan los rostros, uno tras otro, la calle tan estrecha recoge mi cansancio, una copa de vino en el cristal de las nostalgias,
Ay! corazón perforado, un labio interminable como río, me alarga entre babas esta rara tristeza.

La mano atenazada, rompe los matices del agua, tanto azul sobre el día y yo ave, vuelo transversal, indagando el duelo del aire...


Extraño que no caigas en penitencia ante mis ojos, que pobre de raíz te observo, ni aroma, ni lágrima te alcanzan.

Sepulté tu nombre, cuando resbalo tu alma, en el penúltimo vértigo, pero sabes, la muerte en el camino desliza sus flores perfumadas,
pero tu combates el canto de los deudos y juntas las manos hacia el rezo. Mitad hombre, mitad sobreviviente, te veo cargar la cruz de tu propio funeral.

He aquí, infinita piel acumulada, desgarro,  soledad y  jornada sin canción ni lucha, mucho menos bandera que se asile a los huesos.

¿Van ocultas las auroras?

Amasé un puñado de hermanos y la humedad de la tierra me volvió a barro una vez más el rostro, desde mi palidez extrema, no alcancé su puerta,
nada hay en el crepúsculo, sólo el dominio feroz del dolor y se queda el amor desgranando al alba su desprecio.

¿Quien faltará a la transparencia de todas mis lágrimas?

Va mi voz en la cintura subterránea del azufre y prende el llanto de la espera, así, como madera sin patria, desciendo en estertores hacia
la ceniza del papel de mis poemas exiliados.

Todas las noches, desde aquella, desgarro el traje de mi templanza y en el desvelo lo puedo ver intacto.

Yo, que fui semilla en la desolación, como pude cercenar mi propia herencia, por qué esta alma se prestó a la calumnia, ¿ o no era acaso mía, esa?
Que fea cicatriz se luce en el banquete de los seres  anónimos que muerden y devoran el aroma primaveral de la esperanza.

Al agua... tanto mártir, desheredando hasta los infiernos

Así, los hombres sombra, se restriegan complacidos las manos.

Resiste corazón, el  látigo y herida sobre el canto amarillo y estrecha tu soledad en la unidad de la poesía, cuando se detenga la letra en tu calle,
marcha sobre la tierra, libre, avanza derramando tu sangre en el olvido del tiempo...




Rossana Arellano



Amiga, poeta, gracias por esta dedicatoria tan sobrecogedora para mi como haber visto la fragua del poema en uno de tus comentarios aquí en La Emoción.
Esta vez La Emoción tiembla con la presencia y escritura de tu literatura, Rossana. No puedo más que postrarme ante este gesto tan generoso y verdadero... y tender una mano hacia la tuya para recorrer el camino con la ilusión apoyada en tus ojos.

Te abrazo con los míos.
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