La nocturnidad fue dada para extasiar al imperio de los insurrectos, pero esta noche… esta noche he perdido mi escritura.
La Emoción indomable lo es, lo sigue siendo aunque este trueno condenado a estrellarse dentro de un mismo cuerpo no confiera una vía de escape o la tregua del tecleo.
Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.
Cargo piedra como una esclava nubia y libertaria que instala el bloque sedicioso inversamente, para revolver la dignidad de la pirámide y tornarla en receptáculo. O tal vez sienta el peso como una madame de prostíbulo que transita con espejos los rincones de su propio patrocinio. Eso nunca se sabe, el primer acto es veritas y el segundo veritatis.
Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.
Imploro al espectro, al de aquel al que empotraron la ceguera como pretexto. Su hombre era un cuerpo de ciego que palpaba las calles de Buenos Aires, su fantasma la misión. Invoco, por tanto, al hacedor, al espectro:
-Maestro, el rayo que no cesa… reniega de su toma a tierra y no consigo pulsaciones.
-Ley del deseo no entiende de la elección de la descarga. Te voy a mostrar una senda, la que lleva a la Ciudad de los Inmortales. Allí hay escenarios que todavía no han sino descritos. No intentes buscar el sentido de lo que allí acontece… sólo necesitan un estómago que transporte líquidos. Has de partir tu rostro… ya sabes como. Toma, coge esto, sólo tienes que darles de beber.
Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.
El orto es un hombre hundiéndose en el tálamo. Transito con un trapecio de hueso preñado de agua. Desciendo por un lienzo resbaladizo que no consiente deshacer mi erguida postura. Desafío a la mórbida pendiente en pie, caminando. No voy a deslizarme sentada, la lógica onírica está presente ahora, la tela zurciría mis lumbares al tejido castigando el asentamiento sobre sutilezas.
La bajante y su doloso lamido oprimen rodillas. Todo descenso acelera el ritmo a cambio de dolor. Allí está, la percibo… La Ciudad de los Inmortales…
Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.
Una infame arquitectura arremete contra la razón: Peldaños sueltos descomponiendo a hachazos las fachadas. Racimos de cúpulas soldadas unas con las otras formando un coloso molecular descascarillado, trinchado en dólmenes escuálidos que a penas lo sostienen. A una fachada suelta en la loma la apuñala la columnata de algún templo ausente, irrumpe como dinosáurica espina dorsal regurgitada. Corredores que surgen desde intersecciones entre arcos de medio punto y ojivales superpuestos en mueca rumiante. Tumoración de arquivoltas escarbando el inmovilismo de un tímpano que yace como la losa del arquitecto que las creó concubinas. Pináculos desgajan gárgolas mitológicas, metralla justiciera de la fe… Aberraciones todas ellas que obligan a mirar.
Si las ruinas transfieren desolación y naufragio, esta Ciudad injerta a la sangre una insólita locura… Un ojo comienza a recuperar el oído.
Las líneas sensoriales asimiladas en el mundo de los mortales se deconstruyen: el advenimiento del verticalizonte.
Susurros corpóreos entran por los ojos clamando a mi paso con sonidos nunca antes percibidos.
Ellos, los inmortales, asoman de entre la urbe inverosímil. Están sumergidos en moldes inhóspitos… duele mirarlos… No me detengo en descripciones ahora. Tiran de mis senos hacia un pórtico trabado a una fachada ventricular… se abre la fachada, la puerta no, sólo bosteza cerrada… no es posible…
Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.
El monte de Venus también es pellizcado para agrupar mi contorno a la escena interna. Tiemblo.
Y allí donde la abominación de los mortales alcanza su cenit es donde se despereza la aberrante liturgia de los inmortales.
Lo que vislumbro a partir de este instante es inabordable bajo los cimientos del discurso…
-Cierto, maestro, no se puede afrontar con cognición o fundamento, te comprendo y describo lo que mi pudor consienta.
Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.
La tiniebla se fragmenta y engulle filamentos de luz de dientes y uñas. Alargadas sombras fálicas se tornan vértigos de látigo que espolean ristras de lenguas que brotan de vulvas sin cuerpo. Unas ubres mortecinas se arrastran sobre pezones pastosos. Elevan una aureola que se abre y se cierra como el enfoque de una cámara fotográfica. Demandan líquido. Los riego.
Dedos son astillas que trillan a las nalgas y gemidos remueven vesículas de carne, la ingle o branquia serosa suda, labios que suplantan a la horca, gónadas penetran con violencia a lamentos vaginales, fauces atestadas de glandes espasmódicos,…los ojos de ellos, aviesos, miran sin estar apuntalados a los rostros, sonríen como antorchas siniestras… todo el mecanismo orgiástico se va acercando en bloque para tragar el caldo del ánfora que el creador me encomienda. Agitan engranajes, suplican cercanía de mi carne mortal. No deseo mirar… el creador lo sabía, solo él puede hacerlo.
Espolvoreo sobre volúmenes el líquido con párpados sensualmente entornados, como pirómano que irriga con bidón de gasolina… ansío cerillas y su fósforo…
Robaron cielos para meterme en los ojos la luz de la tormenta.
Ahora sí,… elijo la descarga del rayo sobre el baile de los desperdicios…
La Aguadora de las Aberraciones by
Gabriela Amorós Seller is licensed under a
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