Cuando los hombros se derrotan proyectamos una sombra de hórreo, resignada, desidiosa.
La boca, única branquia que puede renacer engullendo a nudos el aire mientras oculta las patadas de su duelo.
El ocaso, noray de la conjura.
Le separo las nalgas a la noche y un ascua blanca se aprieta en un abismo de barranco. Parece un esputo terminal que reverbere encallado entre muslos sucios y tristes.
El frío se desaprende, al igual que el miedo. No tiritaré, no enhebraré con vello el aire, no me escanciaré un cerco fraudulento para rendir la razón a su muralla. Veneramos a una cáscara inextricable que nos aísla de la terminación de nosotros mismos. Y dentro de ese caparazón existimos como cigotos exaltados.
Y dentro de su vanidosa metralla cada hombre es un órgano que proyecta la divinidad para sentir el mundo.
Decido despeñarme hacia la flema. Caigo abocardada como un borbotón de sangre o un reflujo de esperma (quién sabe si en una u otro se gestó la constelación de mi demencia).
Mientras desciendo me destruyo, como rapaz que olvida su vuelo en el umbral del barrote, que hinca el préstamo de su carne y esqueleto hacia la faringe roída de su carcelero.
Intentamos burlar la deriva del camino primigenio, la ley que nos expande hacia lo incierto. Pero ahora, proyectil de sacrificio, empiezo a saberme materia…
La vista, azotada por el vértigo, va demorando la imagen del ascua. Al fin aterrizo ilesamente, impugnablemente. Me cierno sobre el origen de aquella lucerna blanca: es una vaina de migas de nácar. Nada flanquea la indivisible rotura de su iridiscencia aunque presiento cercana la masculinidad del océano, se revuelcan los gramos del subsuelo. Si no fuera de sal mi coronaria ni la posidonia se hubiera blandido sobre estas encías no habría rumbo para descarrilar mis pasos. Y como esqueje que soy de marea, rauda encuentro la playa o una orilla de inhóspita rabia.
Nunca aparto la boca del agua, es un conducto.
Que se reconozcan en este paladar los naufragios, que se espeje la saliva con el fanal del océano, siempre fui el faro de los tercos.
Presiento que va a comenzar una adoración inverosímil, previa a su propia causa, razón o discernimiento.
El océano se espuma y jadea mortecino. Si el horizonte siempre gozó de solemnidades exento de verticalismos, ahora sus aguas irrigan pértigas que aguijonean a la mismísima autocracia de los cielos. Se erigen desde la lejanía como escarpias sin ley ni bautismo, como aspersiones desquiciadas, como hilos de baba de unas fauces inmensas que van aproximándose a la costa.
Retiro la visión, por extremista, y miro la franja de este litoral poseso. Veo cáscaras asfixiando la orilla, crujen como fritos de cerámica vidriosa y pretenden emular cadáveres de conchas pero son uñas desprendidas de seres indecibles. Los conozco a todos ellos, sé de sus patronos, de aquellos que las abandonaron declinando forcejeos. Todavía no entiendo la causa de esta insostenible certeza.
Cuando reintegro mis córneas al océano descubro que aquellos mástiles disléxicos son ristras infinitas de presencias envueltas en mortajas sombrías (o así mi todavía conciencia lo registra). Se atornillan contra el aire levitando con el torneado propio de columnas salomónicas o tal vez son cadenas de ADN de la misma muerte.
Comienzo a sentir la preexistencia de mis talones milenarios. Percibo cómo me voy aproximando a mi mismo cuerpo… sin embargo permanecimos incrustados a esta orilla bulliciosa y arañante todo este tiempo,… no es posible. La confusión propia del laberinto entierra sus pasadizos en una clarividencia nunca antes conocida…
A lo lejos se apolilla una pequeña figura al tiempo que se acerca hacia nuestro destino. Escucho los golpes de su pensamiento en el mío. Se registran sus pasos en mi carne, también sus desvaríos. Dice que todo lo que acontece aquí sucede fuera de tiempo y de la historia, no está catalogado, es previo a sí mismo. Mientras me usurpa pensamientos propios va susurrándome otros de su cosecha: ¿Quieres tocar lo que no han tocado antes los hombres? ¿Quieres escuchar lo que nadie todavía escucha? ¿Quieres que tu cuerpo se mueva a espaldas de tu consentimiento? Verdaderamente todo está por crear.
Y ya no sé si me acerco yo misma o es la silueta la que se aproxima, si me conozco o me reconozco. Miro de nuevo el hervidero de uñas… sí, allí subsisten ahora las mías, junto con las nuestras, las distinguimos sin vacilaciones, allí se eternizan antes de su coexistencia.
El contorno y yo nos sorbemos recíprocamente la visión y cuando advertimos que siempre hemos sido la misma vida, idéntico organismo, empieza a engullirnos hacia sí el tornado: a mí, a la mujer inescrutable, y a mí, a un anciano extenuado y errante.
Percibimos como propias todas las inflexiones de los que generan la tormenta de sudarios, hasta que pasamos a ser del tornado, de la misma materia y única precognición verdadera.
Compartimos preexistencia, Una, Indivisible e Infinita.
Pronto inventaremos la fe en los edenes y perderemos el tiempo en aplazarnos, en diferirnos. Nunca nos alcanzaremos…
Génesis 0.0 by
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