Donde habito la sustancia persiste en desescombro esperando ser denominada nuevamente. Este lugar, donde habito, es como una pira bautismal excesiva y dada a las sinergias difíciles. La materia aquí tiembla descargada de su nombre, se arroga un impulso secreto, aquí se descarna con el alivio de una huella escarbada. Aguarda ser dicha pero de forma relativa, cambiante incluso, tornadiza. Creedme si os digo que he de recurrir indefectiblemente a la posibilidad, a la noción de una identidad en potencia -e incluso a cierta coincidencia- para recobrarla hacia un bautismo atroz. Nombrar a la sustancia no como se nos presenta en un momento determinado sino por lo que pueda llegar a ser se convierte en una tiranía del no-ser que fatiga. Y después de todo este memento mori resulta que la sustancia todavía se revuelve frente a la carga de un conjunto de sonidos. A esta forma de designar la llamo “lenguaje flotante” (esta etiqueta sí se me permite).
Aquí os diré también que tengo un gato… llamémosle “gato”, sí. Mi gato siempre me plantea su existencia con algún pajarillo trinchado entre sus fauces. Necesita mediar su sombra entre los pájaros mientras todavía le pertenece viva. Como es uso y delirio, aquella noche salió a cazar, a dudarse, a encajarse cualquier nervadura de buche y pluma viviente.
Mi fiera…llamémosle ahora “fiera”, no perdón, “devoción”… bien, se queda en “tridente”. Mi tridente atravesó algo tiritante, mínimo y oscuro. No quise nombrarlo esa vez. Hoy os digo que era un pequeño desnudo de mujer que se retorcía hacia arriba como una variz de alma.
-Maldita sea… he asesinado a una confidencia enamorada de un sólo nombre.
Mientras perduraba entre mis manos la mujer mostraba una sumisa habilidad hacia la muerte, perdón, llamémosle “vida”. De espanto y sensualmente excretó desde un labio oculto un nido brusco de barro. Al acercarme a esta pietà de raza tuve que redefinir aquel vómito como una “blonda de látigo”… no, perdón, llamémosle “poema”.
Anoche estuve lloviendo.
Tengo una fuga que desnombra
Todo aquello que sostengo
Y a Bernini tallándome la sombra.
Fauces de óleo,
Dos escarpias de hilo
En mi aliento
Perforan tu nombre.
He venido a foliarte la sangre
Y a archivar tu pecho
En el dínamo estrellado
De mi carne.
Anoche estuve manando.
Grillos de lacre azul
Parían las esquinas pobres,
Raíces de morfina
Para las farolas
Que no quieren morir de iluminadas
Y úteros de hombre
Para desdecir la fortaleza,
Y descarriar al mundo.
Anoche estuve saqueándome el costado.
Y entre las costillas tronaba
Un filo desgajado
Como la saliva rota
Del relámpago.
No hay remache que me reconozca,
Que me ampare para aliviar
Este desfondarte
y volverte a desfondar.
Guantes de una fuerza imperdonable
Tuve que lanzarme,
Que la boca siempre se me olvida.
Anoche estuve flambeando las cornisas.
Como llagas de leche truculenta
Y encendida,
Como cabelleras de azufre
Que fornican
Con todo lo cimentado,
Con todo lo afianzado,
Lo celebrado, lo erigido,
Para tener hijos bastardos
Del incendio del ladrillo
Que llamen padre al menoscabo
Y a la pérdida familia.
Anoche estuve acabándome en tus ojos.
Cuando nacen del mismo barro
Dos miradas,
De la misma extenuación de una vasija
Que se ha hecho más para el derrame
Que para albergar
Idéntico líquido,
Hay un tácito comercio en el vacío,
La pérdida de uno
Va cuajando el hueco
Para que el otro vierta
Su derribo.
De cuanta angustia es cifra
Esta lluvia,
De cuanta privación
Es este fuego,
Cómo llenarte oscuridad
Sino contigo misma.
Anoche estuve anocheciendo.
Y ahora sí, el ocaso no tendrá procedencia ni salida ni nombre.
(El dibujo es cosecha propia, lápiz sobre papel).
La Pietà del Anoche by Gabriela Amorós Seller is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.